Leyenda
del demonio de la taberna
D.R.A.
Según
la narración de no pocos moradores del municipio de Fusagasugá, hacia comienzos
de los años 90, se inauguró una suntuosa taberna ubicada en inmediaciones del
Puente del Águila. Esta era, hasta el momento, el mejor y más novedoso sitio
para ir a divertirse, tomar algunos tragos y bailar hasta altas horas de la
noche o de la madrugada. Tenía como estrategia de publicidad un poderoso faro
móvil proyectado hacia el cielo que emanaba un potente chorro de luz, rompiendo
así, en las noches, la imponente oscuridad del firmamento. Pronto se convirtió
en la discoteca más concurrida y sus dueños, muy felices, semana tras semana,
llenaban sus arcas. Dicen que, a los pocos meses de exitoso funcionamiento, un
viernes, dos jóvenes y hermosas mujeres, que llegaron allí en busca de
diversión, al parecer sin el consentimiento de sus padres, estaban tomando una
copa de licor y esperando que alguien las sacara a bailar, cuando vieron
estacionar un lujoso auto, conducido por un joven muy apuesto y vestido de
negro. El joven se bajó de su auto, entró, se ubicó en una mesa contigua a la
de las bellas señoritas y pidió una cerveza. Enseguida, las dos amigas,
comenzaron a mirarlo y a hacerle sonrisas e insinuaciones, pues quedaron prendadas
del atractivo del nuevo visitante. Éste, no tardó en acercárseles para
saludarlas e invitarlas a bailar. Tras haber bailado un disco con cada una de
ellas, las amigas se sentaron para intercambiar sus impresiones respecto a
aquel galán y coincidieron en que había algo extraño en este personaje. Era el
hecho de que, al comenzar el baile, este joven les imponía la condición de que,
durante el mismo, no fueran a dirigir la mirada hacia sus pies. Las jóvenes
cumplieron, al comienzo, aquella condición, pero confesaron que ya no
aguantaban más la intriga y que estaban a punto de violentarla. Así que cuando
él volvió a invitar al baile a una de ellas, en medio de un romántico
vallenato, la chica no aguantó el poderoso deseo de mirarle los pies a su
compañero de baile y fue ahí cuando se percató de que este sujeto en vez de
pies, tenía cascos. Sí cascos, idénticos los de las patas de una mula.
Inmediatamente la chica vio esto, se produjo una especie de explosión en el
lugar, se fue la luz y apenas se veían chispas por todos lados, comenzó a propagarse
un incendio y el galán, con su auto, desapareció misteriosamente. A las pocas
horas el incendio fue controlado, varios heridos y quemados fueron llevados de
urgencia al Hospital y especialmente las chicas que bailaron con el misterioso
joven de negro. Cuando los médicos les hicieron los chequeos generales,
encontraron en sus cinturas y en sus espaldas unas marcas muy particulares, eran
quemaduras en forma de una mano humana. La mano misma del joven que bailó con
ellas, que no era otra cosa que el mismo demonio. Dicen que aquellas jóvenes
duraron convalecientes por varias semanas, pero se fueron secando lentamente,
hasta morir. La taberna, al poco tiempo quebró y desde entonces, tanto en el
pueblo, como fuera de él, el demonio de la taberna suele aparecerse en
cualquier sitio de diversión como discotecas y burdeles para llevarse consigo a
las mujeres desjuiciadas, que no hacen otra cosa que buscar el placer
desenfrenado.
Autor: Héctor Cuestas Venegas.
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