domingo, 18 de junio de 2017

Leyenda de la tumba y el cuervo
D.R.A.
Dicen los parroquianos que durante unas vacaciones de Semana Santa, un grupo de profesores salió de caminata por la exótica región del Sumapaz con el propósito de escalar el cerro Quininí y allí acampar. La mayoría de ellos llevaba todo el equipamiento necesario para pasar la noche, pero sólo tres, que se habían unido al grupo a última hora, no llevaban carpa. Una vez llegaron a la cima, todos se dividieron por grupos pequeños y comenzaron a organizar su fogata y a prepararse para acampar. Los tres docentes a quienes les faltaba su carpa, se sintieron en desventaja y no sabían qué hacer para solucionar este impase, ya que se sentía un frío demoledor, había mucho insecto y el tiempo amenazaba con lluvia. Entonces uno de ellos, Hugo, le preguntó a su compañero Alonso, que cómo iban a hacer. Elisa, la esposa de Alonso sugirió regresar a una cabaña de aspecto abandonado que habían visto por el camino. –Buena idea, dijo Alonso. Ya había oscurecido y ellos decidieron salir en busca de aquel lugar, no sin dar aviso a los demás. Una voz líder del grupo trató de disuadirlos, pero ellos persistieron en hallar la cabaña y pasar la noche allí. Había que caminar un largo tramo en medio de la oscuridad, así que Alonso sacó de un bolsillo el celular y encendió la linterna. Casi media hora llevaban de camino cuando encontraron un gigantesco árbol caído y atravesado en todo el sendero. Lo extraño es que cuando habían pasado por ahí con todo el grupo, no lo habían visto. Pero, por su aspecto, este árbol llevaba mucho tiempo allí atravesado. –¿Será que nos hemos perdido?  Dijo Hugo. –No lo creo, estoy segura de que este es el único camino. Respondió Elisa. –Pero ese árbol nunca lo vimos. –Agregó Alonso. – Bueno, debe ser que el sendero tiene alguna variante y nosotros la tomamos sin darnos cuenta– Repuso Hugo. Treparon el tronco del árbol que tenía más de un metro de grosor y continuaron, muy intrigados el camino. Más adelante, Elisa se detuvo un instante como mirando hacia el firmamento y cuando le preguntaron qué le sucedía, ella dijo, con voz trémula que sentía miedo de seguir adelante. – Sería mejor que regresemos al campamento de los compañeros– Dijo. Su esposo le habló, la abrazó y la convenció de continuar, ya que, según sus cálculos, estaban muy cerca de la cabaña. Unos pocos minutos después de continuar el camino, se encontraron con una escena realmente intimidante: Al lado del sendero, había una excavación rectangular, similar a una tumba, que parecía recientemente excavada, tenía más o menos ciento ochenta centímetros de longitud, noventa de anchura y un metro de profundidad. Amontonada alrededor de la tumba, estaba la tierra extraída, y cada treinta centímetros, aproximadamente había una vela semienterrada y una rosa roja junto a cada vela. Las velas no estaban encendidas, pero parecía que algún soplo las había apagado recientemente, ya que de algunas de ellas emanaba un fino hilo de humo azuloso. Ellos se detuvieron por menos de un minuto, se miraron aterrados y continuaron. Alonso tuvo abrazar a Elisa por unos instantes, ya que el horror que le produjo aquella tenebrosa escena, hizo que ella quedara casi inmóvil. –Hay muchas cosas que no me gustan, pero ya estamos muy avanzados en el camino como para tratar de devolvernos. - Susurró Alonso a Hugo, tratando de que Elisa no escuchara. –Sí, eso mismo estaba pensando yo. - Respondió Hugo. –No le quería contar esto para no impacientarlo más, Hugo. Pero desde hace largo rato sentía que algo o alguien nos perseguía, entonces, no aguantando más, giré hacia atrás alumbrando con el celular y vi, como a siete metros de nosotros un ave negra, muy parecida a un cuervo, pero más grande de lo usual. Ésta marchaba por el sendero, y digo marchaba porque no se desplazaba volando sino caminando con sus dos patas, era muy extraño, se movía como un pingüino. Cuando vio que la alumbré, se detuvo y se quedó mirándome fijamente, como desafiándome. Tuve que invocar a Dios en mi mente para tranquilizarme y seguir caminando, pero más adelante quise ver si el cuervo seguía tras nosotros y volví a alumbrar hacia atrás. Efectivamente, ahí continuaba a la misma distancia pisando nuestros pasos, como si tuviera las alas paralizadas. Y así pasó por largo rato hasta que, al fin desapareció. – Pero, ¿está usted seguro? Preguntó Hugo, muy nervioso. – Tan seguro como con lo de la tumba y lo del árbol caído. – En ese momento intervino Elisa: – Dejen de murmurar que ya escuché todo –. Lo que tenemos que hacer es llegar pronto a esa bendita cabaña, si la encontramos y rezar antes de dormir, si es que podemos dormir. Justo acababa de decir Elisa estas palabras, cuando vislumbraron la silueta de aquella cabaña, levemente iluminada por la luz de la luna, que hasta hace poco había asomado. – Qué alivio. – dijeron en coro. –
Se acercaron sigilosos, encontraron la puerta entreabierta, saludaron como para cerciorarse de que allí nadie había y luego entraron. – Ciertamente es una cabaña abandonada. – Dijo Hugo. Todo allí estaba cubierto de polvo, las tablas del piso estaban semi-destruidas por el gorgojo, de tal modo que, hallando una escalera en mejores condiciones prefirieron subir y explorar en el altillo. Allí la madera estaba en perfecto estado. Y fue así que ellos optaron por limpiar el polvo del tablado y extender allí los plásticos y la cobija que llevaban para pernoctar. Comieron algo de merienda que traían en sus maletas, conversaron sobre diferentes temas triviales, como para tratar de olvidar los extraños sucesos y tranquilizarse, luego rezaron un Padre Nuestro, un Ave María y se recostaron para tratar de dormir.
Después de muchos esfuerzos para conciliar el sueño, pasada la una de la madrugada, lograron dormirse. Pero, a eso de las tres de la mañana, un grito espantoso hizo que los dos profesores quedaran sentados del susto. Inmediatamente vieron a Elisa gritando y llorando con un gesto de horror plasmado en su rostro. –Pero, ¿qué pasó, amor? – Le preguntó Alonso, muy preocupado, mientras Hugo apenas reaccionaba preguntándose qué estaba sucediendo.
Después de unos minutos, en los que Elisa se trató de tranquilizar tomando unos sorbos de agua, les relató lo sucedido: –Yo, que creía estar dormida, de pronto escuché la voz suave de una mujer que me dijo: “Va a venir don Saturnino Castro, pero esté tranquila que él no les va a hacer daño”. Entonces, pensando que era un sueño, me desperté de inmediato y fue cuando vi, a través del ventanal, la imagen de un hombre campesino, con su ruana y su sombrero. Él parecía quererme decir algo, pero en ese instante fue cuando grité, ustedes se despertaron y la imagen desapareció. –
Sorprendidos por lo que Elisa les relató, los dos hombres se miraron, como pensando que ella había sido víctima de alguna pesadilla y trataron de tranquilizarla para así dormir un rato más hasta el amanecer.
En las horas de la tarde, cuando los paseantes iban de regreso a casa, entraron a una tienda, atendida por un anciano, para comprar algo de beber. Cuando Hugo pagó lo que consumió con sus compañeros, muy espontáneamente, le preguntó al vendedor: -Permítame señor una pregunta. ¿Usted sabe algo de la cabaña abandonada que hay allá arriba en la montaña? –Ah, sí, esa era del finaito Saturnino Castro, a él lo mataron en esa cabaña. Fue una muerte horrible, ¡Dios lo tenga en su reino! – Los profesores se quedaron sin aire, sus rostros palidecieron y apenas se miraban aterrorizados. A un lado de ellos, sentado en una banca, había un campesino tomándose una cerveza y al escuchar sobre el tema dijo: –¿Compadrito y no les va a contar lo del asesino, que también lo mataron y lo enterraron en una tumba por ahí cerquita? Dicen que en las noches se les aparece en forma de cuervo a los viajeros que intentan entrar a la cabaña. En ese momento interrumpió el tendero: –Ah, pero eso deben ser puros cuentos, ustedes no deben creer todo lo que inventan por aquí.

Autor: Héctor Cuestas Venegas
Foto: Héctor Cuestas V.

4 comentarios:

  1. Muchas gracias, con el amor por lo nuestro, nuestra cultura hay que enriquecerla. Saludos.

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  2. Hola buenas noches profe Héctor Augusto cuestas venegas profe soy federico mora del colegio Ricaurte sextoA están muy cheveres sus leyendas

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