Leyenda
de la tumba y el cuervo
D.R.A.
Dicen
los parroquianos que durante unas vacaciones de Semana Santa, un grupo de
profesores salió de caminata por la exótica región del Sumapaz con el propósito
de escalar el cerro Quininí y allí acampar. La mayoría de ellos llevaba todo el
equipamiento necesario para pasar la noche, pero sólo tres, que se habían unido
al grupo a última hora, no llevaban carpa. Una vez llegaron a la cima, todos se
dividieron por grupos pequeños y comenzaron a organizar su fogata y a
prepararse para acampar. Los tres docentes a quienes les faltaba su carpa, se
sintieron en desventaja y no sabían qué hacer para solucionar este impase, ya
que se sentía un frío demoledor, había mucho insecto y el tiempo amenazaba con
lluvia. Entonces uno de ellos, Hugo, le preguntó a su compañero Alonso, que
cómo iban a hacer. Elisa, la esposa de Alonso sugirió regresar a una cabaña de
aspecto abandonado que habían visto por el camino. –Buena idea, dijo Alonso. Ya
había oscurecido y ellos decidieron salir en busca de aquel lugar, no sin dar
aviso a los demás. Una voz líder del grupo trató de disuadirlos, pero ellos
persistieron en hallar la cabaña y pasar la noche allí. Había que caminar un
largo tramo en medio de la oscuridad, así que Alonso sacó de un bolsillo el
celular y encendió la linterna. Casi media hora llevaban de camino cuando
encontraron un gigantesco árbol caído y atravesado en todo el sendero. Lo
extraño es que cuando habían pasado por ahí con todo el grupo, no lo habían
visto. Pero, por su aspecto, este árbol llevaba mucho tiempo allí atravesado.
–¿Será que nos hemos perdido? Dijo Hugo.
–No lo creo, estoy segura de que este es el único camino. Respondió Elisa.
–Pero ese árbol nunca lo vimos. –Agregó Alonso. – Bueno, debe ser que el
sendero tiene alguna variante y nosotros la tomamos sin darnos cuenta– Repuso
Hugo. Treparon el tronco del árbol que tenía más de un metro de grosor y
continuaron, muy intrigados el camino. Más adelante, Elisa se detuvo un
instante como mirando hacia el firmamento y cuando le preguntaron qué le
sucedía, ella dijo, con voz trémula que sentía miedo de seguir adelante. –
Sería mejor que regresemos al campamento de los compañeros– Dijo. Su esposo le
habló, la abrazó y la convenció de continuar, ya que, según sus cálculos,
estaban muy cerca de la cabaña. Unos pocos minutos después de continuar el
camino, se encontraron con una escena realmente intimidante: Al lado del
sendero, había una excavación rectangular, similar a una tumba, que parecía
recientemente excavada, tenía más o menos ciento ochenta centímetros de
longitud, noventa de anchura y un metro de profundidad. Amontonada alrededor de
la tumba, estaba la tierra extraída, y cada treinta centímetros,
aproximadamente había una vela semienterrada y una rosa roja junto a cada vela.
Las velas no estaban encendidas, pero parecía que algún soplo las había apagado
recientemente, ya que de algunas de ellas emanaba un fino hilo de humo azuloso.
Ellos se detuvieron por menos de un minuto, se miraron aterrados y continuaron.
Alonso tuvo abrazar a Elisa por unos instantes, ya que el horror que le produjo
aquella tenebrosa escena, hizo que ella quedara casi inmóvil. –Hay muchas cosas
que no me gustan, pero ya estamos muy avanzados en el camino como para tratar
de devolvernos. - Susurró Alonso a Hugo, tratando de que Elisa no escuchara.
–Sí, eso mismo estaba pensando yo. - Respondió Hugo. –No le quería contar esto
para no impacientarlo más, Hugo. Pero desde hace largo rato sentía que algo o
alguien nos perseguía, entonces, no aguantando más, giré hacia atrás alumbrando
con el celular y vi, como a siete metros de nosotros un ave negra, muy parecida
a un cuervo, pero más grande de lo usual. Ésta marchaba por el sendero, y digo
marchaba porque no se desplazaba volando sino caminando con sus dos patas, era
muy extraño, se movía como un pingüino. Cuando vio que la alumbré, se detuvo y
se quedó mirándome fijamente, como desafiándome. Tuve que invocar a Dios en mi
mente para tranquilizarme y seguir caminando, pero más adelante quise ver si el
cuervo seguía tras nosotros y volví a alumbrar hacia atrás. Efectivamente, ahí
continuaba a la misma distancia pisando nuestros pasos, como si tuviera las
alas paralizadas. Y así pasó por largo rato hasta que, al fin desapareció. –
Pero, ¿está usted seguro? Preguntó Hugo, muy nervioso. – Tan seguro como con lo
de la tumba y lo del árbol caído. – En ese momento intervino Elisa: – Dejen de
murmurar que ya escuché todo –. Lo que tenemos que hacer es llegar pronto a esa
bendita cabaña, si la encontramos y rezar antes de dormir, si es que podemos
dormir. Justo acababa de decir Elisa estas palabras, cuando vislumbraron la silueta
de aquella cabaña, levemente iluminada por la luz de la luna, que hasta hace
poco había asomado. – Qué alivio. – dijeron en coro. –
Se
acercaron sigilosos, encontraron la puerta entreabierta, saludaron como para
cerciorarse de que allí nadie había y luego entraron. – Ciertamente es una
cabaña abandonada. – Dijo Hugo. Todo allí estaba cubierto de polvo, las tablas
del piso estaban semi-destruidas por el gorgojo, de tal modo que, hallando una
escalera en mejores condiciones prefirieron subir y explorar en el altillo.
Allí la madera estaba en perfecto estado. Y fue así que ellos optaron por
limpiar el polvo del tablado y extender allí los plásticos y la cobija que
llevaban para pernoctar. Comieron algo de merienda que traían en sus maletas,
conversaron sobre diferentes temas triviales, como para tratar de olvidar los
extraños sucesos y tranquilizarse, luego rezaron un Padre Nuestro, un Ave María
y se recostaron para tratar de dormir.
Después
de muchos esfuerzos para conciliar el sueño, pasada la una de la madrugada,
lograron dormirse. Pero, a eso de las tres de la mañana, un grito espantoso
hizo que los dos profesores quedaran sentados del susto. Inmediatamente vieron
a Elisa gritando y llorando con un gesto de horror plasmado en su rostro.
–Pero, ¿qué pasó, amor? – Le preguntó Alonso, muy preocupado, mientras Hugo
apenas reaccionaba preguntándose qué estaba sucediendo.
Después
de unos minutos, en los que Elisa se trató de tranquilizar tomando unos sorbos
de agua, les relató lo sucedido: –Yo, que creía estar dormida, de pronto
escuché la voz suave de una mujer que me dijo: “Va a venir don Saturnino
Castro, pero esté tranquila que él no les va a hacer daño”. Entonces, pensando
que era un sueño, me desperté de inmediato y fue cuando vi, a través del
ventanal, la imagen de un hombre campesino, con su ruana y su sombrero. Él
parecía quererme decir algo, pero en ese instante fue cuando grité, ustedes se
despertaron y la imagen desapareció. –
Sorprendidos
por lo que Elisa les relató, los dos hombres se miraron, como pensando que ella
había sido víctima de alguna pesadilla y trataron de tranquilizarla para así
dormir un rato más hasta el amanecer.
En las
horas de la tarde, cuando los paseantes iban de regreso a casa, entraron a una
tienda, atendida por un anciano, para comprar algo de beber. Cuando Hugo pagó
lo que consumió con sus compañeros, muy espontáneamente, le preguntó al
vendedor: -Permítame señor una pregunta. ¿Usted sabe algo de la cabaña
abandonada que hay allá arriba en la montaña? –Ah, sí, esa era del finaito
Saturnino Castro, a él lo mataron en esa cabaña. Fue una muerte horrible, ¡Dios
lo tenga en su reino! – Los profesores se quedaron sin aire, sus rostros
palidecieron y apenas se miraban aterrorizados. A un lado de ellos, sentado en
una banca, había un campesino tomándose una cerveza y al escuchar sobre el tema
dijo: –¿Compadrito y no les va a contar lo del asesino, que también lo mataron
y lo enterraron en una tumba por ahí cerquita? Dicen que en las noches se les
aparece en forma de cuervo a los viajeros que intentan entrar a la cabaña. En
ese momento interrumpió el tendero: –Ah, pero eso deben ser puros cuentos,
ustedes no deben creer todo lo que inventan por aquí.
Autor:
Héctor Cuestas Venegas
Foto: Héctor Cuestas V.